LAS MEDIAS DE PAPÁ

viernes, 18 de junio de 2021

 Por: Edwar Tenorio Triveño

 Movía las manos mientras hablaba, - tengo que cocinar - me decía, - felizmente hoy me ayudó tu cuñado, pero me toca hacer el arroz, no quiero que use mi arrocera, yo la cuido bastante y cuando la usa, me la deja sucia, por eso ya no le presto, pero ahora me fregó pues. Me dijo: “doñita présteme la olla arrocera, y yo le dije que no, entonces me dijo, “usted hace el arroz entonces doñita”, así que me fregué solita porque ahora yo tengo que hacer el arroz, - me contaba, mientras se reía a carcajadas de su propia ocurrencia y de lo bien que se llevaba con mi cuñado. Pero mientras hablaba y le escuchaba atentamente, mi mirada permanecía clavada en sus manos.

Mi madre, se enamoró una vez cuando era una jovencita, de niña vivió en una casa hacienda, llena de animales, sembradíos y verduras. Desde niña se le enseño a ser, como ella misma diría; “mujercita”. Había nacido en una época en que las niñas aprenden a ser mujercitas y los niños aprenden a ser jefes de familia. Por eso, cuando se sintió enamorada, se casó; Dejándolo todo para dedicarse a él y a ayudarlo. Ayudarlo a estudiar, a cuidar la casa, a cocinar y a limpiar. Todo debía ser perfecto para él, pues él, es el hombre de la casa. Mi madre fue mamá antes de serlo, pues no solo nos cuidó a nosotros sino también y principalmente a mi padre, y a todos y cada uno de quienes la rodean. Mi madre era mamá del perrito que movía su cola y de la cholita que le ayudaba en la cocina, era mamá de mis tías pequeñas y fue mamá de su suegra cuando enfermó. Así había sido criada, la bondad y la maternidad eran partes de su propia existencia, por eso entiendo las cosas que hace, aunque no deja de sorprenderme. El cariño que despliega es un cariño fácil, no se esfuerza, le sale, le brota, se siente.

Ahora ella vive con mi padre enfermo, con mi hermana, mi cuñado y sus hijitas. Eso la mantiene ocupada, la fuerza a seguir siendo madre y abuela, aunque cansada por el paso de los años, deja a un lado sus achaques y continúa haciendo lo que ha venido haciendo en los últimos cincuenta años o más. Ésta tarde fui a buscarla y me senté a conversar con ella unos minutos. Ella, cogía una por una las medias de papá, las separa por colores y por pares, las revisa de a pocos, lento muy lento, como buscado algún defecto, un agujero o el más imperceptible desgarro, luego, estira una sobre sus rodillas y le quita las arruguitas formadas en los bordes, dobla el talón y la parte del empeine en dos a lo largo, vuelve a estirar con las manos, las desliza hacia los extremos, planchándola. Luego hace lo mismo con su par. Junta ambas sobre sus muslos, las coloca una encima de la otra y las vuelve a estirar, como a aquella masa de sopaipillas que preparaba en las tardes de verano y que acompañaba con api cuando niño. Las enrolla con sumo cuidado, ningún borde debe sobre pasar la otra media, cuida que sea perfecto. Ya casi finaliza, pensé. Ahora separa unos ocho o diez centímetros de la última parte de la media, esa por donde entra el pie a calentarse, mete sus dedos dentro, le da una vuelta y los abre formando una especie de paracaídas con la media, luego la calza sobre ella misma, encerrándola, envolviéndola, formando con ellas una bolita perfecta. Finalmente la acomoda con ambas manos para que quede perfecta; como quien acomodaría una papa rellena antes de echarla a la sartén; como formando el ying y el yang con las manos, luego la deja junto a las demás bolitas que ha preparado previamente.

Mientras éste ritual se llevaba a cabo, ella sigue hablando, sin percatarse que mi mente anota cada movimiento de sus manos, con tinta indeleble en la memoria, mientras pienso que debo contarlo, que todo el mundo debe saber cómo mi madre envuelve las medias de papá; con ese cariño, con esa delicadeza y con esa perfección, que le impregna a cada prenda mientras la toca.

Mientras mi mente la escuchaba, pensaba y anotaba en la memoria, (todo a la vez). Mi madre cogía otro par de medias para iniciar de nuevo y desde el principio ese ritual de amor inconsciente. Mientras todo esto pasa, sin que ella se percate, me cuenta como la diabetes y la presión baja, afectan la vida de papá en estos días. Síntomas, que ella ha aprendido a detectar y tratar, con diez milímetros de licor de muña, un caramelo o un café.

Si las medias de papá han tenido la suerte de ser amadas, acariciadas y envueltas en bolitas de colores, debo pensar que mi padre, es acurrucado, amado y cuidado con el mismo amor inconsciente e incondicional. Y, no puedo sino, alegrarme por él y su maravillosa vida, llena de inconvenientes y problemas seguramente, pero también, llena de un amor y un cariño incalculable y difícil de medir, más allá de compararlas con el tamaño de cada una de las medias de papá.  

ULTIMA LLAMADA (PARTE III)

miércoles, 2 de junio de 2021

 




ULTIMA LLAMADA

Autor: Edwar F. Tenorio Triveño

Avanzaban presurosas hacia la empresa de Transportes Cruz del Sur, ubicada en el terminal terrestre de Arequipa. Para llegar, debían cruzar el estacionamiento e ingresar a otro terminal. Mientras corrían, agitadas, apresuradas y cargando maletas, de reojo Rosario miraba el reloj de su muñeca, que marcaba diez para las cinco de la tarde, sin saber que el siguiente bus a Lima partía a las cinco en punto. Apenas tuvieron tiempo de comprar los pasajes y subir al bus. La puerta del mismo, se cerró detrás de ellas, avanzaron por el pasillo, mientras el bus ya empezaba a moverse.

Cuando por fin lograron ponerse cómodas, soltaron aire y tensión al mismo tiempo, - ufffffffffresoplaron, luego ambas se miraron y rieron, rieron fuerte, a carcajadas, sin poder parar, rieron, hasta que sus ojos se humedecieron, como aquella garúa tenue de otoño que humedece las farolas. Eran felices. Lo que habían vivido juntas era probablemente una anécdota que recordaran toda la vida.

Camila miró su mano entonces, y la sonrisa de Manuel, se vio reflejada en su palma, el recuerdo de esa conversación, las risas, aquella sensación de haber dejado el alma en ese bus no la dejaba tranquila, hubiese deseado más tiempo, para conocerse, para bailar juntos, para caminar tomados de la mano por lugares de éste país que ya amaba, más tiempo para soñar juntos, para compartir. Pero él destino es una vorágine de eventos y no todos afortunados. Cogió la libreta que servía de diario desde que salieron de Formosa, y anotó cada detalle del viaje, copió el texto que aún tenía en la mano, lo encerró en un círculo y escribió, - “Hoy conocí al amor de mi vida y la vida me lo arrebató como se lo arrebató a mi madre.” - Rosario, alcanzó a leer el texto, y pregunto – ¿Y, tanto te gusto? - Camila, de inmediato contestó – Me re encantó maaaá, era re tierno, re caballero, se preocupó tanto por mí, que parecía imposible, me hubiese encantado que converse con vos un rato, solo un rato; vos te darías cuenta de lo que te digo. – Rosario, contestó tratando de calmar su ansiedad y evidente sufrimiento, como semanas antes se habría auto consolado, - No era para voz Cami, ya aparecerá el indicado, ya verás. Eres tan pequeñita aún, mi pequeñita linda, vas a ver que te van a llover pibes, ya vas a ver. – dijo Rosario Sonriendo. Conocía muy bien ese sentimiento llamado amor y cómo se sentía perderlo. Era la primera vez que había visto a Camila enamorada, ¿qué más podría decirle?, así que trato de expresarse sin palabras y tan solo pasó su brazo por la espalda, y la abrazó con una sonrisa cómplice apretándola hacia ella. Las dos rieron.

¿Ya sabés a qué hora llegamos a Líma? - preguntó Camila, cambiando el tema de conversación. - no estoy segura – contestó Rosario e inmediatamente preguntó a uno de los pasajeros vecinos, obteniendo la siguiente respuesta: “Son quince horas, supongo que mañana temprano estaremos llegando señora”.  Camila, escucha sorprendida, pues sabe que su avión para Argentina sale hoy. Sin embargo, Rosario, recibe la comunicación más tranquila, definitivamente sabe algo que Camila no. Camila la mira fijamente como esperando algo. Y Rosario responde a su mirada con un – ¡¿Qué?! – indiferente y sorprendida. – ¡que el avión sale hoy maá!, ¡sale hoy!, ¡vamos a perder el vuelo! – grita con desespero. - No Cami -, responde ella con cariño, - el avión sale mañana –. Entonces, Camila en voz alta dice: – Soy una tarada, definitivamente, soy una ¡RE-TA-RA-DA! -  evidenciando su enojo. – ¿Qué ocurre Camila? – dice su madre preocupada. - Nada Maaaá,… le dije a Manuel que me acompañe a Lima y él estuvo dispuesto, pero no vino porque no tenía sentido, si viajábamos hoy. Me equivoque Maaaá, y él hubiera venido Maaaaá, pero soy una boluda, una Boluda soy, una tremenda ¡BO-LU-DA!… que boluda, ¡RE… BO-LU-DA!, repetía enojada consigo misma. – Calmáte Cami, es mejor así, si lo acabás de conocer, - Y Camila molesta pero resignada, respondió - Tenés razón mamá, tenés razón. -  pensando en que al día siguiente hablaría con él.

El viaje transcurrió tranquilo, pronto oscureció y la luna las abrazó a ambas, que cansadas como estaban, durmieron toda la noche sin sentir el viaje. A la mañana siguiente, mientras el Astro Rey cantaba las mañanitas, Camila miraba extasiada el océano inmenso, tan cerca de ella, nunca lo había tenido tan cerca. El azul que se mezclaba con el cielo, las olas, las nubes detrás de las olas, imaginó delfines saltando y tal vez así fue. Pronto divisó balnearios, algunos muy lindos, otros muy pobres, uno al costado del otro, mezclando realidades, mezclando gentes. Cada cosa que vió la llenó de emoción, quería estar ahí, tocar con sus pies descalzos la cálida arena y caminar de la mano con Manuel. Pronto el mar desapareció para dejar paso a las casas y las casas a los edificios, el tráfico, los ambulantes, los puestos de peaje, y finalmente, la última parada. Otro viaje, las esperaba camino al Aeropuerto. Pasaron el día así. Camila subió y bajo las escaleras eléctricas varias veces, tomó un café en Starbucks, solo para usar el wifi, comieron y compraron algún souvenir para recordar su viaje a Perú, pero principalmente para recordar su viaje a Cusco.

Pronto un sonido, distrajo el silencio: tun tun tun tun y una voz femenina, dulce y clara, salió de los parlantes del aeropuerto - señores y señoras, LAN anuncia la partida de su vuelo 3188, con destino a la ciudad de Buenos Aires – Argentina, con escala en la ciudad de Formosa – Argentina… tun tun tun tun. Señores pasajeros, acercarse por la puerta cuatro, con sus documentos y pasajes en la mano – Luego dos tripulantes de vuelo, impecablemente uniformados, se pusieron en la puerta, recibiendo a los pasajeros y escaneando los tickets. Camila y Rosario se encontraban en una pequeña fila, a instantes de subir al avión. Camila pensó para si – ya no puedo, ahora si ya no puedo - había pasado el día tratando de comunicarse con Manuel, en la libreta tenía anotado un numero de celular de nueve dígitos y ella no tenía celular, solo el pequeño celular de su madre que solo usaba como cámara durante el viaje, pues no se le había ocurrido adquirir un chip en el Perú, ¿para qué?, si no conocían a nadie. Camila consiguió uno, con mucha dificultad, en el aeropuerto, pero tuvo mil problemas para usarlo, primero no tenía señal y luego no tenía saldo. Ya había hablado con una señorita que solo le decía que debía esperar. Ella esperaba, pero ya estaba a punto de subirse a ese avión y sentía que una vez montada en él, habría perdido la oportunidad de comunicarse con Manuel.

Finalmente, caminaron por la manga, directo al avión. Camila con el celular de Rosario en las manos. Mientras cruzaban la puertecilla del avión, un timbre sonó, siguió avanzando en la fila en medio del pasillo, buscó sus asientos, guardó el equipaje de mano, se sentaron. Rosario se acomodó junto a la ventanilla y Camila al intermedio. Cogió el celular nuevamente, escucho atentamente el mensaje y las indicaciones, sacó la libreta y marco uno a uno los nueve dígitos del celular que Manuel había anotado en su mano horas antes, y que ahora resaltaban en un círculo, en esa hoja de papel de aquella libreta, llena de anécdotas, de horarios, de nombres de lugares, de experiencias vividas en Perú, pero principalmente en Cusco.

El celular timbraba por fin, después de mucho tiempo; sonaba… una vez, luego otra y otra, y otra vez. Camila desesperaba, pues sabía que el tiempo se acababa. El capitán del avión ya se había presentado en los parlantes y había ordenado abrocharse los cinturones y apagar los celulares. Nadie contestaba al otro lado de la línea, la llamada había terminado y ella intentaba una vez más, sin éxito. Una y otra vez, hasta que la azafata se acercó y le pidió amablemente que guardara el celular. Camila se disculpó e hizo el ademán de guardarlo. El avión empezó a moverse lentamente, acomodándose en la pista para despegar, una vez más y casi a escondidas Camila marco por última vez el número de Manuel, timbró dos veces y alguien respondió, pero ella no pudo hablar. La azafata, que se encontraba parada a su lado, con una mirada dura pero amable le pidió que apagara y guardara el celular. Rosario con la mirada, también le ordeno que lo hiciera, por lo que, a Camila no le quedó más, que obedecer, colgar la llamada, apagar el teléfono y devolverlo a su dueña; quien lo guardo en su cartera para no sacarlo más.

 

Al otro lado de la línea, Manuel había escuchado la llamada de un teléfono desconocido, que insistía y que no había querido contestar pues ya estaba harto de las impertinentes llamadas de bancos y empresas de telefonía, ofreciendo productos que quieres comprar. Y, cuando contesta, no le hablan y lo que es peor, le cuelgan. Pese a ello, Manuel devolvió la llamada, pero sonaba apagado. Lo que no le dejo dudas, - seguro querían ofrecerme algún producto que no quiero comprar… ya me tienen harto, - pensó, mientras dejaba el celular sobre el escritorio, y sentado frente a la pantalla del computador intentaba una vez más sin éxito, comunicarse con esa chica linda que había conocido en el bus de Cusco a Arequipa.